Mi macho paro el coche y me pidio que me bajara. para darme hasta correrse. Ma acaba de usar pero me encanta.
La noche envolvía la carretera en un manto oscuro, solo interrumpido por los faros del coche que cortaban la negrura como cuchillas. Tú conducías, concentrado en el asfalto húmedo, pero yo no podía apartar los ojos de tu perfil, de la manera en que tus dedos se aferraban al volante con esa mezcla de control y tensión que siempre me volvía loca.
Llevábamos horas de viaje, y aunque la conversación había sido ligera, el aire entre nosotros se cargaba de electricidad con cada mirada robada. Sabía lo que querías. Lo sabía por la forma en que tu mano había rozado mi muslo al cambiar de marcha, por el modo en que tus ojos oscuros se posaron en mis labios cuando te serví el café en la última gasolinera.
—Para el coche —murmuré de pronto, rompiendo el silencio.
Tus cejas se alzaron, pero no preguntaste. Solo buscaste un desvío, un camino secundario donde los árboles nos ocultaran de la carretera. Cuando el motor se apagó, el sonido de nuestra respiración se hizo más fuerte que el viento.
—¿Qué pasa? —preguntaste, aunque tu voz ronca delataba que ya lo sabías.
No respondí con palabras. Me desabroché el cinturón y me subí a tu regazo en un movimiento fluido, sintiendo cómo tu cuerpo reaccionaba al instante bajo el mío. El asiento del conductor era estrecho, incómodo, pero eso solo añadía urgencia. Tus manos me agarraron de las caderas, tirando de mí contra ti mientras nuestros labios se encontraban en un beso voraz.
—Aquí… no podemos —murmuraste entre mis labios, aunque tus dedos ya deslizaban la cremallera de mi vestido.
—Claro que podemos —respondí, mordiendo tu labio inferior—. Y lo sabes.
El asiento se reclinó con un golpe seco, y ya no hubo más protestas. Solo piel, jadeos y el crujido del cuero bajo nuestros cuerpos. Fuera, la noche siguió su curso, indiferente. Pero dentro de ese coche, el mundo se redujo a tus manos, a mi nombre en tu boca y al ritmo acelerado de dos corazones que llevaban demasiado tiempo esperando este momento.
Y cuando al fin gemiste contra mi cuello, sabía que la próxima parada no sería por gasolina.
