Grabo a mi esposa con otro hombre. El calor de la habitación era sofocante, pero nada comparado con el fuego que ardía en mi interior. Desde el rincón, con la cámara en mano, observaba cómo mi esposa, Carla, se dejaba llevar por el hombre que yo mismo había elegido para ella.
Marcos la tenía contra la cama, sus manos recorriendo cada curva que yo conocía tan bien. Carla gemía, sus labios buscando los de él con una urgencia que nunca me había mostrado. El vestido negro que llevaba se deslizó por sus hombros, dejando al descubierto su piel dorada, los pezones erectos bajo el sostén de encaje.
—No dejes de grabar —me susurró ella, lanzándome una mirada llena de promesas.
Marcos la tenia bien empomada, deslizándose entre sus piernas mientras yo ajustaba el enfoque. Cada gemido, cada movimiento, quedaba registrado. Ver cómo otro hombre la poseía, cómo sus caderas chocaban contra las de ella, era más excitante de lo que había imaginado.
—¡Dios, sí! —gritó Carla, clavando las uñas en el suelo.
Yo no podía evitar tocarme, sintiendo cómo la escena me dominaba. Saber que después ella vendría a mí, que usaría ese video para excitarnos aún más, era lo que más me enloquecía.
Cuando Marcos finalmente la llenó, Carla volvió su rostro hacia la cámara, sonriendo con complicidad.
—Tu turno —jadeó.
Y supe que la noche apenas comenzaba.